Los evangelios sinópticos ubican este episodio (Mt 12, 9-14; Mc 3, 1-6 y Lc 6, 6-11) justo después de la historia del trigo recogido en sábado (Mt 12, 1-8; Mc 2, 23-28 y Lc 6, 1-5). Es, pues, obvio, que el sábado es central en la enseñanza de Jesús en esa sección. Jesús quería equilibrar la comprensión que la gente tenía del sábado con la ley de la caridad.
En el Éxodo y el Deuteronomio se exponen de manera clara las exigencias del sábado. Muchas actividades estaban prohibidas en el sábado y se establecían diversas sanciones para quienes transgrediesen la ley. Se la tomaba tan en serio que Moisés, en una ocasión, eligió condenar a un hombre a muerte por lapidación porque había sido hallado quebrantando el sábado al ir a buscar leña (Nm 15, 32-36). Otro pasaje que retrata bien la seriedad respecto al sábado es Dt 5, 14, donde se dice que ni siquiera los esclavos y los animales pueden trabajar.
Una forma de entender el significado del sábado es que es el día en que Dios descansó después de haber creado el mundo. El sábado es un día dedicado a Dios. No descansar significaría no respetar a Dios y, sin duda, pretender que uno puede hacer más que Dios.
Cuando Jesús eligió curar al hombre con la mano seca, estaba desafiando una ley respetada durante siglos. Su nueva ley del amor, que debería haber sido el espíritu de la antigua ley, viene para hacer explícito que ninguna ley está por encima de la ley del amor. Para los teólogos africanos, uno de los atributos más recalcados de Jesús es el de sanador. Los fariseos, que amaban enfatizar la ley de Moisés e imponerla sobre las personas, sintieron desafiada su estima cuando Jesús curó al hombre en sábado. Era algo tan terrible que eligieron unir sus fuerzas para conspirar contra Jesús con sus adversarios, los herodianos, que apoyaban al rey Herodes.