Los consejos del amigo sabio: Santo Tomás de Aquino sobre la vida religiosa

 

La teología espiritual del Aquinate, enraizada en la Escritura, la tradición y la sabiduría humana práctica, y centrada en las virtudes y la felicidad, es una fuente inestimable para una reflexión sobre la vida religiosa. Por eso su teología es capaz de ofrecer respuestas a preguntas vitales sobre la vida religiosa: ¿Cómo me ayuda la vida religiosa a mí, persona humana, a acercarme a Dios? ¿Cómo se relaciona nuestra humanidad con la gracia en la vida religiosa? ¿Los consejos evangélicos son sólo una capa sobre esta humanidad?

Si no podemos dar una respuesta válida y razonable a la pregunta de por qué es bueno para un cristiano, para una persona humana, vivir según los consejos evangélicos, a nuestra teología le faltará algo. Los religiosos necesitamos la convicción de que nuestro estilo de vida merece la pena. La teología de Aquino es capaz de dar respuestas a los porqués y dar razones.

Al pensar en la vida religiosa, este punto de vista antropológico, por supuesto, no es el único posible. Siempre es importante vincular los consejos a la persona de Cristo, ya que su vida es el modelo de la vida religiosa. En Cristo vemos la humanidad en su forma más plena. Aunque afirmo que el enfoque cristológico es siempre indispensable para cualquier reflexión teológica, aquí quisiera insistir en este aspecto antropológico.

¿Por qué es refrescante la visión del Aquinate? Principalmente porque durante siglos la teología de los consejos y de la vida religiosa se basó en gran medida en una comprensión de la vida espiritual que veía los votos principalmente como “superobligaciones” que cumplir. Esta visión prevaleció desde la Reforma protestante hasta el Concilio Vaticano II, y todavía tiene un impacto en nuestra catequesis, educación religiosa y formación como religiosos. La vida cristiana era vista como una casa de dos pisos. El primer piso estaba reservado al cristiano común, cuya vida estaba definida por los Diez Mandamientos, los preceptos de Dios, y el lema “Si quieres salvarte, cumple los mandamientos, y esto bastará para tu salvación eterna”. El segundo piso estaba reservado al estado de perfección, a los pocos elegidos que desean una vida moral y espiritual más heroica: “Si quieres más, y quieres ser perfecto, ¡sé religioso y guarda los votos religiosos!”.

Si los votos son principalmente obligaciones, entonces se puede definir muy claramente lo que está permitido y prohibido hacer como religioso, y esta claridad es ciertamente útil. Pero, al mismo tiempo, los votos o consejos se vuelven completamente prescindibles para el conjunto de la vida cristiana como tal: un extra opcional, sin el cual la vida cristiana va igual. Como el aire acondicionado en un coche o la nata montada en la parte superior de la tarta. Al fin y al cabo, se puede conducir un coche sin aire acondicionado, y algunos prefieren la tarta sin nata montada. Si los votos religiosos y la vida religiosa como tal pierden su significado respecto a lo que significa ser humano, la respuesta a la pregunta esencial sobre cómo los consejos me ayudan a ser libre y amar mejor queda sin respuesta. Una respuesta puramente funcional, como “vivo esta vida para ser libre para la misión, para el servicio a los demás”, puede ser cierta, pero teológicamente insuficiente.

Y si los consejos pierden su relación orgánica con nuestra humanidad, entonces es comprensible cómo se podría encontrar una posible conexión sólo enfatizando el propósito sacrificial de los consejos. El significado principal de los consejos en esta visión es que van en contra de la naturaleza humana pecaminosa y ayudan a superarla: así, la castidad se convierte fácilmente en una represión de la sexualidad, por ejemplo, y las pasiones y emociones sólo se ven como algo a erradicar por completo. Llegamos a una especie de estoicismo cristiano, en el que la obediencia se convierte en la virtud suprema, como la sumisión de la voluntad a la voluntad de otro.

Esta interpretación moderna de la vida religiosa y la moralidad se basa en una antropología fundamentalmente diferente a la del Aquinate. Esta visión de la persona humana y la moral -cuyas raíces y génesis analizó admirablemente el difunto Servais Pinckaers, OP- se apoya en un concepto de la naturaleza humana que ya no se ve como una fuente de sabiduría y orientación, y cuyas inclinaciones naturales no están conectadas con la felicidad humana, como había sido evidente para Aquino. En contraste, esta visión moderna reduce la moralidad a preceptos y obligaciones que deben ser obedecidos. Emplea un concepto de libertad definido como la capacidad de elegir entre contrarios indiferentes, emanando exclusivamente de la voluntad, una noción conocida como la libertad de indiferencia. Este concepto de libertad está desvinculado de nuestras inclinaciones naturales y concebido como una independencia de cualquier influencia externa o interna, incluidas las pasiones, emociones, leyes u obligaciones.

Para el Aquinate, la moralidad se trata fundamentalmente de cómo alcanzar la beatitud. Las virtudes nos guían para vivir una vida feliz aquí en la Tierra y nos conducen a Dios a través de nuestras acciones libres y buenas. Dios desea atraer a la persona humana hacia Él y ofrece asistencia a través de la ley, la gracia y las inclinaciones naturales de nuestra naturaleza humana. Para Tomás de Aquino, existe una armonía original entre la ley y la naturaleza humana, una armonía que el pecado podría deteriorar, pero no destruir por completo.

Para el Aquinate, la libertad es una libertad por excelencia: “Soy libre si soy capaz de elegir lo que es mejor para cumplir con mi vocación humana, si soy capaz de realizar actos de verdadera calidad”.

Esta teología es la que permitió al Aquinate ofrecer una visión de la moral y de los consejos evangélicos que no está desconectada de nuestra humanidad. La reflexión sobre el estado religioso acompañó toda la vida del Aquinate. Sus trabajos polémicos sobre el estado religioso nacieron en el marco del llamado debate mendicante de París, cuyo objetivo era demostrar la validez de un nuevo carisma, el de las órdenes mendicantes; además, reflexionó de forma sistemática sobre la vida religiosa en las dos Sumas.

Lo que considero el punto de partida más importante para una visión de conjunto de la teología de la vida religiosa del Aquinate es cómo señala el lugar propio de donde proceden los consejos evangélicos: nada menos que la amistad de Cristo. Los consejos evangélicos son un don de la sabiduría y del amor de Cristo, el amigo sabio.

“Los consejos de un amigo sabio son de gran utilidad, según Prov. (27:9): “El ungüento y los perfumes alegran el corazón; y los buenos consejos de un amigo alegran el alma”. Pero Cristo es nuestro amigo más sabio y más grande. Por eso sus consejos son sumamente útiles y provechosos”. Summa Theologiae I.II.108.4.s.c.

Así pues, el mejor contexto para situar los consejos y, en consecuencia, los votos religiosos es la amistad con Cristo. Es en esta relación de amor recíproco donde los consejos cobran sentido: amistad significa libertad, espontaneidad, generosidad. Incluso el gesto mismo de escuchar un consejo presupone una cierta libertad y generosidad de quien escucha. Cristo se dirige tanto a nuestra inteligencia como a nuestra voluntad: se dirige a la persona libre, abierta, capaz de escuchar y responder a esta llamada. La amistad con Cristo presupone la vida de gracia y una apertura en el individuo hacia “lo más”, hacia el crecimiento espiritual. Si sólo me pregunto “hasta dónde puedo llegar sin quebrantar la ley, sin pecar”, es un signo seguro de la falta de esta libertad.

Seguir a Cristo y responder a Su llamada no es simplemente una cuestión de cumplir con la ley. Cristo no nos llama a cumplir con otra obligación. Su amistad significa que Él se dirige a una persona que desea amar más al Señor, y el objetivo de los votos es ayudar a cultivar y profundizar esta generosidad. La moral y la llamada religiosa no pueden ser comprendidos correctamente como mera obediencia a un precepto que no tiene ninguna relación con la persona. Desgraciadamente, este contexto propio de los consejos evangélicos – el contexto de la amistad con Cristo – se descuida a menudo en los relatos posteriores sobre la vida religiosa, que dan paso a una moral voluntarista centrada en las obligaciones y los preceptos.

Como explica el Aquinate, incluso la propia existencia de los consejos se refiere a esta nueva relación entre Dios y la persona humana. En el Antiguo Testamento, Dios da mandamientos a su pueblo, mientras en la Nueva Ley, que no es simplemente un nuevo conjunto de normas sino la gracia del Espíritu Santo en nosotros, es apropiado que Dios ofrezca consejos. Dar consejos es el modo propio de comunicación entre amigos.

Los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, como parte de la Nueva Ley, se dirigen en principio a todo cristiano, como sucede también con el Sermón de la Montaña. El propósito de Cristo en el Sermón de la Montaña no es tanto añadir nuevos preceptos como mostrar el horizonte de la acción humana de gracia. Así pues, los consejos no son un extra opcional, sino los caminos privilegiados de la generosidad evangélica que se dirigen de algún modo a todo cristiano, al menos en praeparatione animi como actitud espiritual (Ver De perfectione vitae spiritualis cap.18). Todo el que desee crecer en el amor y en la libertad practicará de algún modo y durante algún tiempo los consejos. La diferencia entre la vida religiosa y la vida cristiana en general radica en que los religiosos se comprometen a alimentar en sí mismos con intensidad esta generosidad.

Así, cuando alguien profesa los consejos evangélicos, no profesa hacer ciertas cosas y no hacer otras. Más bien, se profesa cultivar siempre ese esfuerzo constante en pos de una mayor generosidad y amor. Cuando Dios manda amar, no espera que todos tengan la misma caridad; lo que espera es que se esfuercen por tener más caridad. Como comenta el Aquinate, por eso no es un escándalo que un religioso no sea perfecto; lo escandaloso es que renuncie a la intención de buscar el progreso espiritual (contemptus agendi meliora). (STH II-II, q. 186 a. 2 ad 2.

Por eso, escuchar los consejos de Cristo es signo de generosidad y amor, características de una nueva relación; al mismo tiempo, practicar los consejos es una inspiración constante para esa generosidad. La pobreza, la castidad y la obediencia son ayudas poderosas para una dilatación del corazón, que significa una capacidad cada vez mayor de amar a Dios y de ser amado por Él. Esta dilatatio cordis, como la llama el Aquinate (ver STh II.II. q.24.a.7. ad 2.), una creciente libertad para Dios, es al mismo tiempo una libre renuncia: cuando alguien experimenta la amistad del Señor, espontáneamente desea dejar atrás todo lo que pueda ser un obstáculo, para adherirse más totalmente a Dios (como en la parábola evangélica de la perla y el tesoro Mt 13,43-45). La pobreza, la castidad y la obediencia, que abordan los principales ámbitos de la vida humana, ayudan permanentemente a “venderlo todo”, para encontrar una mayor libertad y amor, una mayor generosidad.

Hna. Hedvig Deák, OP

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Publication Date: 2025-01-14 08:00:00
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